Es la pandemia del siglo en el mundo occidentalizado, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El exceso de peso entre niños y adolescentes, un fenómeno que hoy copa los debates sanitarios, maneja cifras y datos apabullantes. Sirvan dos, de diversa índole, como ejemplo: en Europa, uno de cada tres niños y uno de cada cuatro adolescentes padece obesidad, según la OMS. Y en España, una buena parte de los niños consume más del 50% de las calorías diarias recomendadas a través de productos industriales –productos de los que recibimos unos 4.000 impactos publicitarios al año–, según la Fundación Española de la Nutrición. La consecuencia: “Un niño con obesidad tiene grandes probabilidades de desarrollar patologías en la vida adulta como diabetes, problemas cardiovasculares o afecciones en el hidalgo o la microbiota estomacal, entre otras”, señala Miriam Blanco, pediatra especializada en digestivo del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid). Y hay más: cardiopatías, deterioro de la salud ósea y reproductiva, correlaciones negativas con la salud mental…
El 33% de los menores en España padece sobrepeso u obesidad, algo que, con alta probabilidad, propiciará la aparición de enfermedades cuando sean adultos. Implicar a familias, profesores y pediatras, la primera línea de consulta y el diagnóstico es esencial para intentar revertir este fenómeno
Es la pandemia del siglo en el mundo occidentalizado, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El exceso de peso entre niños y adolescentes, un fenómeno que hoy copa los debates sanitarios, maneja cifras y datos apabullantes. Sirvan dos, de diversa índole, como ejemplo: en Europa, uno de cada tres niños y uno de cada cuatro adolescentes padece obesidad, según la OMS. Y en España, una buena parte de los niños consume más del 50% de las calorías diarias recomendadas a través de productos industriales –productos de los que recibimos unos 4.000 impactos publicitarios al año–, según la Fundación Española de la Nutrición. La consecuencia: “Un niño con obesidad tiene grandes probabilidades de desarrollar patologías en la vida adulta como diabetes, problemas cardiovasculares o afecciones en el hidalgo o la microbiota estomacal, entre otras”, señala Miriam Blanco, pediatra especializada en digestivo del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid). Y hay más: cardiopatías, deterioro de la salud ósea y reproductiva, correlaciones negativas con la salud mental…
Para tratar de revertir un problema tan complejo, Fernando Zárate, especialista del servicio de Pediatría del Hospital Quirónsalud Sur (Alcorcón, Madrid) y del Hospital Quirónsalud Toledo, parte de lo accesible, de lo sencillo y cotidiano: informar y diagnosticar. “En general, las familias tienden a considerar que el peso de sus niños es normal. Este desconocimiento sobre el estado de salud de sus hijos es especialmente preocupante. Y salir de esta ignorancia es el primer objetivo para prevenir el desarrollo de las enfermedades crónicas asociadas a la obesidad”.
Según el informe Aladino de 2023, elaborado por el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 y uno de los más prestigiosos en la materia, el 89,1% de los padres con hijos en edad escolar con sobrepeso piensan que estos están en baremos normales. Y les ocurre igual al 48,8% de los padres con hijos con obesidad. “Cuando les comunicamos que hay una anomalía viene la sorpresa. Hay que cambiar esta visión y hacer mucha pedagogía”, añade el doctor.
En opinión de Isidre Casals, coordinador del servicio de Pediatría del Hospital Universitari General de Catalunya (Barcelona), la conciencia alimentaria entre los padres va al alza, pero aún falta trecho por recorrer: “Las familias son muy diferentes entre sí: hay algunas muy preocupadas, pero también otras muy perdidas a las que tienes que insistir mucho. Por suerte, cada vez más encontramos a padres muy informados que quieren hacerlo bien desde el principio, con conciencia sobre asuntos como el consumo de azúcares o una dieta equilibrada”.
Para reforzar este conocimiento entre padres e hijos, Zárate lidera en un proyecto que promulga las bases de la educación nutricional en uno de los lugares donde más tiempo pasan los niños y, por tanto, en uno de los grandes campos de batalla alimentarios: el colegio. “Es un sitio perfecto porque conviven hijos, padres y profesores. Y es vital implicar a todos los actores”, explica. El programa tiene dos fases: una de diagnóstico, en la que se evalúan los hábitos alimenticios de los alumnos, y una de establecimiento de pautas nutricionales y de actividad física. “Lo principal es hacerlo cuanto antes: es mucho más eficaz cuando un niño empieza a comer bien con tres años que cuando lo hace con 12, edad a la que ya tiene los hábitos constituidos. Y el colegio es ideal para ello: es el centro de la vida de muchos niños”, subraya el doctor. El Gobierno, de hecho, prepara un decreto para impulsar una alimentación más saludable en los centros educativos, donde casi la mitad de los menús escolares están desequilibrados, según datos de la OCU, y en los que come el 50% del alumnado de Primaria.
Un problema socioeconómico
Además de esta clase de iniciativas, la línea informativa esencial son los pediatras. Casals recomienda acudir a ellos tanto para solventar dudas como para sentar unas bases adecuadas: “La prevención está muy integrada en el ADN del pediatra. Animamos a las familias a que nos consulten, a que no haya tabú. Es vital para que los niños crezcan sanos y no desarrollen enfermedades”.
Si consultamos qué debemos comer, no encontraremos demasiadas sorpresas en cuanto a qué constituye una alimentación saludable: “La dieta mediterránea sigue siendo un gran referente. A grandes rasgos, debemos favorecer los alimentos naturales, evitando los ultraprocesados y los productos con exceso de azúcar –un zumo en brik, por ejemplo–, e incluir muchas frutas y verduras”, sintetiza la pediatra Blanco.
Para Zárate, la cuestión es que no siempre es fácil cumplir con este canon: “Existe un gran sesgo socioeconómico. La obesidad y el sobrepeso prevalecen mucho más entre las familias de renta baja”, explica. Los últimos datos del estudio Aladino así lo indican: la tasa de obesidad y sobrepeso es el doble en las familias de menor renta (23,6%) que en las familias con rentas elevadas (10,9%).
Zárate, que trabaja en centros de Quirónsalud, un grupo empresarial que ha puesto en marcha una iniciativa de alimentación saludable entre los pacientes de sus hospitales, lo ilustra con una vivencia frecuente: “Cuando le dices a una madre que los purés y triturados para su hijo de seis meses tienen que ser de verduras naturales, te dice: ‘Ya, ya, pero ¿sabes lo que cuesta?’. Los pediatras tenemos que entender estas situaciones y adaptar nuestras recomendaciones sin culpabilizar”.
Blanco, como pediatra, incide en esta cuestión: “Hay familias que no pueden llevar una alimentación basada en productos frescos y variados por cuestiones económicas. No debemos culpabilizarlas, sino explicarles cómo llevar una dieta sana y darles alternativas dentro de sus posibilidades”. Lo cierto, alerta Zárate, es que, “por desgracia, el nacer en una familia u otra determina tus oportunidades alimentarias”: “España es muy representativa en esto y las diferencias son cada vez mayores. Es tremendamente injusto”.
Lo que todo el mundo puede hacer
Sin embargo, los pediatras señalan que sí hay cosas que se pueden hacer, y desde bien pronto. Aprender a comer es un proceso, en ocasiones, largo y paulatino, que ha de emprenderse de la mano de los especialistas, y con herramientas que faciliten la vida a los padres. “Podemos hacer muchas cosas en casa”, señala Casals. “Por ejemplo: es importante que los padres y los hermanos mayores den ejemplo porque los niños tienen a imitar. A un niño pequeño no puedes hacerle una dieta, pero sí puedes ponerle unas normas muy básicas, pero útiles: mantener unos horarios estables para las comidas; evitar picar fuera de horas; que el niño no repita su plato favorito y deje el que no le gusta; comer de manera tranquila, ya que hacerlo de forma ansiosa no sacia tanto; intentar que troceen la comida para que lleven un ritmo de ingesta más lento…”, enumera.
Todo ello, resalta Zárate, sin juicio alguno: “Hay que llegar adonde se pueda. Muchas veces encontramos casos en los que la familia está totalmente desinformada. Pero si perseveras, das información y trazas el camino, los resultados llegan”.
Por último, Zárate acomete una de las preguntas más recurrentes en cuanto a obesidad infantil: ¿qué tiene más incidencia, la alimentación o la actividad física? “Son los dos factores más determinantes y es difícil establecer cuál es más importante”, señala, aunque sí ofrece algunas pistas derivadas del estudio Aladino de 2019: “Durante la pandemia, sobre todo al principio, hacíamos comidas más caseras, cocinábamos más y más sano, con lo cual hubo alguna mejora en hábitos alimentarios. Sin embargo, en la otra parte de la balanza, estábamos encerrados y las horas de pantalla y el sedentarismo aumentaron brutalmente. Y en el global constatamos un aumento tremendo en la prevalencia del sobrepeso y la obesidad”, ejemplifica.
Las horas de deporte en España están muy por debajo de las recomendaciones sanitarias: siete de cada diez niños de 8 a 16 años no alcanzan los 60 minutos de ejercicio físico recomendado al día, estima la Gasol Foundation en su informe Pasos de 2022. Lo alentador, tanto en materia alimentaria como de actividad física, cierra Casals, es que la oportunidad para cambiar el futuro está al alcance de la mano y reside en el hoy: “La infancia es una ventana primordial para conseguir una sociedad adulta sana. Es ahora cuando podemos prevenir muchas enfermedades en vez de curarlas después”.
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